Décadas antes de que Kandinsky, Mondrian o Malevich fueran celebrados como padres de la abstracción, una mujer sueca pintaba formas geométricas, espirales y mandalas dictados por lo invisible. No buscaba fama, ni mercado, ni siquiera exposición. Se llamaba Hilma af Klint, y durante más de un siglo fue ignorada por los manuales de historia del arte. Hoy sabemos que fue una de las primeras personas en el mundo en crear arte abstracto, y lo hizo movida por un impulso espiritual, colectivo y absolutamente radical.
Pintar para el futuro
Nacida en Estocolmo en 1862, Hilma fue una de las primeras mujeres en graduarse en la Real Academia de Bellas Artes de Suecia. Pero su verdadero salto artístico ocurrió fuera del canon académico. En 1896 formó parte de Las Cinco (De Fem), un grupo de mujeres que practicaban espiritismo y sesiones de contacto con “guías superiores”. A través de esos encuentros, Hilma comenzó a recibir lo que ella consideraba encargos del más allá, visiones y conceptos que debía traducir en imágenes.
Entre 1906 y 1915 produjo su gran ciclo “Pinturas para el Templo”, una serie monumental de más de 190 obras que combinan símbolos esotéricos, matemáticos, botánicos y místicos. Son obras de gran formato, abstractas, coloridas, adelantadas a su tiempo por al menos tres décadas. Mientras el mundo del arte seguía atado a la figuración, Hilma ya estaba conectando ciencia, espiritualidad y estética en un lenguaje propio e inclasificable.
Una mujer que desafió el canon (y se adelantó a él)
Hilma af Klint fue silenciada por varios motivos: era mujer, pintaba desde lo espiritual, no se alineaba con el mercado, no buscaba exposición, no pedía permiso. Sabía que su obra no sería entendida en su época y dejó escrito que no quería que se exhibiera hasta al menos 20 años después de su muerte. Falleció en 1944, y no fue hasta los años 80 que su legado comenzó a salir a la luz.
Hoy sabemos que su obra precede cronológicamente al nacimiento oficial del arte abstracto. Y sin embargo, durante décadas su nombre fue ignorado por la crítica, los museos y los libros de historia. No encajaba: ni en el feminismo institucional, ni en el esoterismo kitsch, ni en el canon modernista masculino.
Espiritualidad, ciencia y desobediencia
Lo más subversivo de Hilma no es solo su estética, sino la forma en que pensaba el arte. No pintaba para decorar, ni para representar, ni para provocar. Pintaba para canalizar lo invisible, lo inexplicable, lo femenino cósmico, en diálogo con otras mujeres, con la naturaleza, con el universo. Su obra es una forma de conocimiento y de resistencia. En tiempos donde la lógica patriarcal separa cuerpo y mente, ciencia y espiritualidad, artista y comunidad, Hilma tejía esos mundos como parte de un todo inseparable.
Sus cuadernos de anotaciones —que incluyen diagramas, reflexiones filosóficas y teorías de evolución espiritual— revelan una mente científica y visionaria, que estaba a la vez conectada con la física cuántica, la botánica, el ocultismo, la geometría sagrada y el sufragismo europeo.
La justicia (tardía) de su redescubrimiento
En 2018, el Museo Guggenheim de Nueva York presentó la mayor retrospectiva jamás hecha sobre su obra, titulada Hilma af Klint: Paintings for the Future. Fue la muestra más visitada en la historia del museo, superando incluso a Kandinsky y Picasso. Finalmente, el mundo la estaba escuchando.
Pero más allá del reconocimiento tardío, Hilma af Klint nos deja una lección que resuena con fuerza desde los feminismos:
se puede crear desde los márgenes, desde la intuición, desde la colectividad y el misterio.
Y a veces, hacerlo así es lo más revolucionario que puede hacer una mujer artista.