En un proyecto cultural (y especialmente en uno musical) el impacto social se manifiesta cuando una comunidad se reconoce, se escucha y se vincula a través de lo que ese proyecto moviliza: memoria, identidad, emoción, pensamiento crítico y creatividad. No es solo "llevar arte" a un lugar, es activar procesos de sentido, pertenencia y diálogo. La cultura, entendida como el conjunto de prácticas simbólicas, expresivas y relacionales de una comunidad, tiene la capacidad de transformar no solo imaginarios colectivos, sino también realidades concretas, eso implica que cada propuesta tiene un potencial político: puede incidir en cómo las personas se relacionan consigo mismas, con los demás y con su entorno.
Desde lo práctico, un proyecto musical que genera impacto social es aquel que deja capacidad instalada, es decir: herramientas, motivación, redes, acceso y formación. No se trata solo del evento o del producto final, sino del proceso y su sostenibilidad.
En cuanto a los valores que están en juego, podríamos destacar:
Conciencia de la otredad: Comprendiendo al otro desde las diferencias, similitudes y complementariedades. Equidad: Al generar condiciones de acceso justo a la experiencia cultural. Escucha: Tanto musical como humanamente, el arte enseña, invita y motiva a prestar atención profunda, a mirar las cosas a los ojos, porque al final ¿Qué otra cosa podría definir mejor a la música que "escuchar"? Y ese verbo plantea preciosas y profundas reflexiones. Colectividad: Crear, hacer, esparcir y/o concretar juntos, asumiendo la cultura como un bien común. Memoria y transformación: Un proyecto cultural puede ser un espacio para interpretar y resignificar el pasado y proyectar posibilidades y alternativas.
En definitiva, la cultura no es una anécdota de lo social ni un pie de página de la cotidianidad: es uno de sus pilares fundamentales. En los proyectos culturales donde trabajamos como músicos tenemos la responsabilidad de decidir si nuestros sonidos solo llenarán el aire o si conllevan un propósito estético o una dirección consciente, así sea el hecho deliberado de no tenerlo, ¿Qué lo justifica más allá del placer de crear? Al final lo suyo sería que estimulen los signos vitales y la estructura del mundo que habitamos, arrojando luces, creando contrastes.
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En un proyecto cultural (y especialmente en uno musical) el impacto social se manifiesta cuando una comunidad se reconoce, se escucha y se vincula a través de lo que ese proyecto moviliza: memoria, identidad, emoción, pensamiento crítico y creatividad. No es solo "llevar arte" a un lugar, es activar procesos de sentido, pertenencia y diálogo. La cultura, entendida como el conjunto de prácticas simbólicas, expresivas y relacionales de una comunidad, tiene la capacidad de transformar no solo imaginarios colectivos, sino también realidades concretas, eso implica que cada propuesta tiene un potencial político: puede incidir en cómo las personas se relacionan consigo mismas, con los demás y con su entorno.
Desde lo práctico, un proyecto musical que genera impacto social es aquel que deja capacidad instalada, es decir: herramientas, motivación, redes, acceso y formación. No se trata solo del evento o del producto final, sino del proceso y su sostenibilidad.
En cuanto a los valores que están en juego, podríamos destacar:
Conciencia de la otredad: Comprendiendo al otro desde las diferencias, similitudes y complementariedades.
Equidad: Al generar condiciones de acceso justo a la experiencia cultural.
Escucha: Tanto musical como humanamente, el arte enseña, invita y motiva a prestar atención profunda, a mirar las cosas a los ojos, porque al final ¿Qué otra cosa podría definir mejor a la música que "escuchar"? Y ese verbo plantea preciosas y profundas reflexiones.
Colectividad: Crear, hacer, esparcir y/o concretar juntos, asumiendo la cultura como un bien común.
Memoria y transformación: Un proyecto cultural puede ser un espacio para interpretar y resignificar el pasado y proyectar posibilidades y alternativas.
En definitiva, la cultura no es una anécdota de lo social ni un pie de página de la cotidianidad: es uno de sus pilares fundamentales. En los proyectos culturales donde trabajamos como músicos tenemos la responsabilidad de decidir si nuestros sonidos solo llenarán el aire o si conllevan un propósito estético o una dirección consciente, así sea el hecho deliberado de no tenerlo, ¿Qué lo justifica más allá del placer de crear? Al final lo suyo sería que estimulen los signos vitales y la estructura del mundo que habitamos, arrojando luces, creando contrastes.