¿Cómo relatar memorias cuando la amnesia es la condición narrativa? Allí está la clave de su tono: un sujeto que postula no tener memoria, y sin embargo se lanza a recordar, o más bien a disolver el recuerdo. El efecto es el de una voz suspedida entre la afirmación y la duda, entre la confesión y la farsa.
Estos textos de Erik Satie (1866-1925) no proceden de un solo bloque autobiográfico, sino que se componen de fragmentos, aforismos, pequeños relatos, apuntes irónicos y comentarios críticos. Esa estructura de retazos, más que una memoria lineal, recuerda a las piezas breves y mínimas de su catálogo musical.
Los pasajes funcionan como miniaturas literarias: vuelven, cortan, eluden desarrollos prolongados. En ese sentido, la escritura emula su música: no hay grandes arcadas temáticas, no hay ornamentación innecesaria. Como en las Gnossiennes, donde la armonía transita entre silencios e interrupciones, sus textos se construyen por cesuras, por interrupciones deliberadas del pensamiento, dejando que la ironía circule libremente, sin solemnidades. En su discurso los críticos pueden ser “el tipo doble fagot”, seres graves y ridículos al mismo tiempo.
Para apreciar lo que estos escritos significan en el contexto de la música de Satie, conviene recordar algunos rasgos técnicos de su obra. Satie fue precursor de lo que luego devino en minimalismo y música de fondo (musique d’ameublement). En su obra Vexations propone repetir un fragmento de 18 notas 840 veces, no tanto para fatigar al intérprete como para cuestionar nuestra concepción del tiempo y del proceso musical. En piezas como Petite Prélude de “La Mort de Monsieur Mouche” introduce síncopas inspiradas en el ragtime, anticipando el diálogo entre la música europea y la estadounidense.
El texto Memoirs of an Amnesiac ha sido musicalizado como pieza de teatro musical para tenor y orquesta de cámara, donde se busca capturar esa cualidad “ingenua” de su escritura mediante una instrumentación poco convencional, citas textuales y repeticiones mínimas. Cuando leemos sus páginas con esos antecedentes técnicos en mente, podemos reconocer cómo la lógica de su música se traslada a la lógica literaria: insistencia, variación mínima, retorno de motivos (verbales o temáticos). Por ejemplo, Satie vuelve sobre su “ni bueno ni malo, sino oscilación” en distintos fragmentos. Esa reiteración, diseminada, actúa como motivo literario.
Históricamente, sus escritos retratan también la tensión entre la vanguardia parisina y el mundo musical más institucional. Satie fue figura marginal, desobediente a las convenciones del gran teatro musical, y esas resistencias aparecen en sus declaraciones sobre la música: músicos que no lo entendían y críticas que lo hostigaban. Esa amarga ironía autobiográfica se articula con la utopía de una música que exija menos prestigio y más pureza.
Satie insinúa que el sujeto artístico se construye por discontinuidades. Esa noción tiene afinidad con muchas estéticas del siglo XX (el surrealismo, el dadaísmo) pero en Satie se vuelve música, incluso cuando transita lo literario. Como en su música, los silencios (las pausas textuales) importan tanto como las palabras. Ese pudor expresivo hace que sus declaraciones resuenen más allá de lo explícito. Satie apuesta por lo mínimo, lo doméstico y lo íntimo. Sus escritos despliegan esa misma tensión frente a la literatura establecida. El libro declara un acto de disidencia estética: no quiero hablar como los grandes novelistas; quiero hablar como se habla a medias, con paréntesis.
Memorias de un amnésico y otros escritos no es un suplemento anecdótico a la música de Satie, sino un complemento esencial: allí se perfila la misma lógica del fragmento, de lo repetido, de lo mínimo, pero trasladada al lenguaje. Leer este libro no es acompañar un testimonio, sino internarse en un paisaje discontinuo donde memoria y olvido forcejean, donde el artista se desdobla y se oculta al mismo tiempo. Para quienes ya conocen a Satie como compositor, estos escritos ofrecen otra cara: no la de un conferenciante, no la de un orador convencional, sino la de un creador que se sirve del silencio verbal para resistir la solemnidad, y que acepta que lo más lúcido puede caber en una pequeñísima frase.