Al principio no fue el verbo, sino el pulso. Antes que el sentido fue el ritmo, y antes que el nombre, el aliento. Toda música y todo lenguaje nacen del mismo gesto ancestral: ordenar el tiempo para poder habitarlo. El ritmo no es un accesorio de la forma, es su arquitectura invisible, su esqueleto respiratorio. Paul Fraisse, en su "Psicología del ritmo", no escribe desde la metáfora sino desde la escucha minuciosa de la experiencia temporal, su abordaje no parte de la estética, parte de la percepción: ¿Cómo construye el cuerpo humano patrones temporales? ¿Qué mecanismos hacen posible que una serie de sonidos se vuelva significante? ¿Qué convierte una sucesión en una figura, un intervalo en una expectativa, un tiempo en una forma?
En la música, el ritmo es el primer nivel de inteligibilidad: no es necesario entender una melodía para seguir el compás, aprendemos a hablar antes de conocer la gramática y aprendemos a marcar el ritmo antes de poder nombrarlo, pero lo que Fraisse muestra es que esa regularidad no es matemática sino psicológica, es cuerpo y atención, todo ritmo implica una tensión entre lo igual y lo desigual, entre lo previsible y lo que irrumpe.
El lenguaje humano, por su parte, está lleno de ritmos que no escuchamos conscientemente. Las sílabas tienen pesos distintos. Las frases tienen curvas de entonación, pausas y cadencias, hablamos en ondas y contornos, pensamos en estructuras rítmicas y hasta el silencio en una conversación tiene medida. La palabra hablada no es solo código: es tempo, flujo y una respiración que no puede fijarse del todo porque incluso cuando parece medido, todo ritmo es (preciosamente) inestable porque depende de la interpretación, del contexto y del cuerpo que lo ejecuta.
Fraisse señala que el ritmo no está en los objetos, está en la relación entre lo que suena y quien escucha. En una melodía, en un poema, en una conversación, el ritmo decide cómo se despliega el tiempo: Qué se acelera, qué se suspende, qué se repite y qué se omite, en este cruce entre lenguaje y música el ritmo actúa como una gramática sensorial, es lo que da forma antes que el sentido. Fraisse también explora los ritmos internos: los latidos, la respiración, los ciclos y las oscilaciones y nos muestra cómo estos ritmos biológicos se entrelazan con los ritmos sociales, con los marcos culturales y con los dispositivos técnicos. El ritmo permite pensar el tiempo no como línea, sino como figura, no como una secuencia homogénea sino como tejido de intensidades, allí donde la cronología fracasa en capturar la experiencia, el ritmo la organiza, dándonos acceso a una comprensión del tiempo más cercana a la vivencia que al calendario.
Su estudio del ritmo, lejos de ser un tratado técnico, es una poética del pensamiento, una estética del flujo, es una puerta de entrada a una reflexión más amplia: ¿Cómo sentimos el tiempo?, ¿Cómo lo organizamos?, ¿Cómo nos organiza? Fraisse distingue entre el ritmo percibido y el ritmo producido, pero en la creación musical ambos se entrelazan: Quien compone, escucha anticipadamente y quien escucha, recompone interiormente. El ritmo no es solo lo que suena, es también lo que se espera, lo que se imagina y lo que se recuerda como en un campo de proyecciones, esculpiendo y dando forma a lo invisible por medio de pausas, impulsos, aceleraciones, demoras, intensidades, rupturas y timbres, por eso hay composiciones que respiran como un cuerpo, otras que laten como entrañas, otras que se expanden como ciudades. En la música, en el lenguaje y en la vida el ritmo no es lo que sucede dentro del tiempo, es la forma misma de su presencia. La música lo sabe, el lenguaje lo practica y en la cotidianidad se confirma.
Es algo que desconocía. Gracias