En un tiempo en el que los documentales musicales suelen seguir fórmulas de éxito, Anonymous Club se distingue por su honestidad desarmante. Esta película dirigida por Danny Cohen no busca glorificar a su protagonista, la cantante y compositora australiana Courtney Barnett. En lugar de eso, la sigue en silencio, la observa sin juicio, y le da espacio para pensar en voz alta, sin estribillos que salven el momento. Durante tres años, Cohen filmó a Barnett en plena gira mundial de su disco Tell Me How You Really Feel, y le entregó una grabadora para que registrara sus pensamientos más íntimos. Lo que emerge de esas cintas no es el retrato de una estrella, sino el de una persona que duda, que se repliega, que se pregunta si el escenario es realmente el lugar donde quiere estar.
Rodado en película de 16 milímetros, el documental tiene la textura emocional de un diario personal. La cámara nunca interrumpe, solo acompaña. Se suceden momentos de euforia frente a un público entregado con largas secuencias de soledad: hoteles anónimos, aeropuertos silenciosos, habitaciones donde Barnett apenas articula palabras. La narrativa se construye con sus propias grabaciones de voz, que funcionan como una voz interior hecha pública: reflexiona sobre el cansancio, sobre la ansiedad, sobre la presión de tener que “ser alguien” cuando muchas veces solo quiere desaparecer.
En lugar de celebrar su fama, la película explora lo que cuesta sostenerla. La vemos entrar al escenario entre sombras, ensayar hasta el agotamiento, luchar con el síndrome del impostor y perder la voz física y emocionalmente. En esos espacios de fragilidad es donde la película se vuelve profundamente humana. La música no es solo un trabajo, sino una extensión de sus dudas y contradicciones.
Lo más valioso de Anonymous Club es su negativa a resolverlo todo. No hay redención forzada, no hay gran discurso final. Lo que hay es un proceso, uno que muestra cómo es vivir con sensibilidad cuando todo a tu alrededor exige certidumbre. Barnett no se presenta como una heroína del indie ni como una víctima del sistema. Simplemente está, piensa, canta, cae y vuelve a levantarse.
La película encuentra su fuerza en ese espacio ambiguo, y en una estética que refuerza la sensación de intimidad. Las imágenes tienen un grano cálido y melancólico, los momentos se alargan, el ritmo es pausado, casi contemplativo. Todo eso permite que quien mira sienta que está dentro del mismo cuarto que ella, compartiendo no un concierto, sino una conversación silenciosa.
Anonymous Club no es un documental musical en el sentido tradicional. Es una especie de cuaderno visual sobre la ansiedad, la creación, la presión y la ternura. Un retrato valiente de alguien que, sin querer ser ejemplo, termina siéndolo. Porque a veces, abrirse sin certezas puede ser más revolucionario que cualquier gesto de genialidad. En un mundo de ídolos con frases hechas, Courtney Barnett se muestra como alguien que no lo tiene todo claro. Y ahí, justo ahí, es donde conecta.