Durante décadas, el podio de la orquesta fue un territorio estrictamente masculino. Las manos que empuñaban la batuta rara vez eran las de una mujer, y cuando lo eran, el mundo prefería mirar hacia otro lado. Antonia Brico, nacida en Róterdam en 1902 y criada en Estados Unidos, fue una de las primeras mujeres en alzarse frente a una gran orquesta sin pedir permiso. Su historia, sin embargo, quedó arrinconada durante años. A medio camino entre Europa y América, entre la gloria y el silencio, entre el talento y la discriminación, Brico desafió todas las normas escritas e implícitas de su tiempo.
De pequeña fue rebautizada como Wilhelmina Wolthius por sus padres adoptivos y creció en un entorno emocionalmente duro en Oakland, California. La música fue su refugio y pronto también su lenguaje. A los 16 años descubrió que había sido adoptada y decidió recuperar su identidad: se hizo llamar Antonia Brico. A partir de ahí, se dedicó con una intensidad inusual a convertirse en directora de orquesta, una ambición considerada entonces poco menos que extravagante para una mujer.
Después de graduarse en la Universidad de California, Berkeley, partió hacia Berlín, donde estudió dirección con Karl Muck, uno de los grandes del momento. En 1929 se convirtió en la primera mujer graduada en la clase magistral de dirección de la prestigiosa Academia Estatal de Música. Un año después, en 1930, debutó al frente de la Filarmónica de Berlín, una hazaña histórica que apenas obtuvo eco en su país natal. De vuelta en Estados Unidos, Brico se enfrentó al desprecio sistemático de las instituciones musicales. Aunque fue invitada a dirigir orquestas como las de San Francisco, Los Ángeles o Detroit, ninguna quiso contratarla de forma permanente. La etiqueta de “mujer directora” pesaba más que su indiscutible talento.
En 1934 fundó la Women’s Symphony Orchestra en Nueva York, que dirigió con excelencia hasta que en 1939 se transformó en la Brico Symphony Orchestra, admitiendo también músicos varones. En 1938 hizo historia nuevamente al dirigir la Filarmónica de Nueva York ante más de 15.000 personas, pero ni siquiera ese éxito le abrió las puertas a un puesto fijo. En lugar de resignarse, se reinventó una vez más. Se trasladó a Denver, Colorado, donde fundó nuevas agrupaciones, formó músicos jóvenes y se convirtió en una figura clave en la escena local, aunque invisibilizada a escala nacional. Su vocación fue absoluta: vivió para la música, enseñó sin descanso, y nunca dejó de dirigir, aunque los focos ya no la siguieran.
Durante años, Antonia Brico quedó relegada al olvido. Su nombre no aparecía en los libros de historia de la música y su legado apenas era conocido fuera de Colorado. Todo cambió en 1974, cuando su antigua alumna Judy Collins —ya entonces una estrella del folk— produjo junto a Jill Godmilow el documental Antonia: A Portrait of the Woman. Esa película, nominada al Oscar, permitió redescubrir a una pionera que nunca había dejado de luchar, y le dio la oportunidad de regresar brevemente al escenario en el festival Mostly Mozart de Nueva York. Dirigió su último concierto en 1977 y murió en 1989, a los 87 años, tras una caída que interrumpió una vida tan intensa como marginada.
Antonia Brico fue muchas cosas: una batuta firme entre hombres, una profesora rigurosa, una visionaria silenciosa. Fue también una mujer a la que la historia quiso borrar por atreverse a cruzar la línea. Su legado está hoy más vivo que nunca, no solo en los archivos y homenajes póstumos, sino en cada joven directora que sube al podio con la convicción de que la música no entiende de géneros, sino de talento.
Y para quienes deseen acercarse a su historia a través del cine, La directora de orquesta (De Dirigent, 2018), dirigida por Maria Peters, está disponible en Filmin. La película recrea sus años de formación con emoción y belleza, y ofrece una ventana a la lucha de una mujer que se negó a dirigir desde la sombra.