¿Son comparables los proyectos culturales? Debate sobre métricas.

En los últimos años, el interés por medir el impacto de la cultura ha crecido con fuerza. Administraciones, financiadores y organizaciones buscan datos que les permitan evaluar resultados, justificar inversiones y aprender de la experiencia. Pero en medio de esta ola de métricas y metodologías, surge una pregunta inevitable —y profundamente incómoda—:

¿De verdad se pueden comparar los proyectos culturales?

Porque medir está bien, pero homogeneizar puede ser peligroso.

El deseo de comparar

Es comprensible que los financiadores quieran establecer criterios comunes. Si hay dos festivales, dos museos o dos centros culturales, parece lógico intentar ver cuál genera más impacto, más asistencia o más retorno económico.

La comparación permite tomar decisiones, asignar recursos, detectar buenas prácticas.

El problema aparece cuando esa comparación se convierte en una competencia estandarizada, que ignora las diferencias de contexto, escala y propósito.

Un proyecto cultural en una aldea de montaña no puede medirse con las mismas métricas que un gran museo en una capital europea. Y sin embargo, muchas veces se evalúan con los mismos indicadores: número de visitantes, presupuesto ejecutado, alcance en redes.

Las métricas no siempre hablan el mismo idioma

El impacto cultural se da en planos muy distintos: económico, social, simbólico, educativo, emocional.

Pero la mayor parte de las métricas tradicionales —heredadas del mundo empresarial— se centran en lo cuantificable, dejando fuera lo que realmente da sentido a muchos proyectos: la transformación invisible.

  • ¿Cómo se compara la emoción que provoca una obra con la confianza que genera un taller comunitario?
  • ¿Cómo se mide el valor simbólico de un festival en un barrio donde la gente llevaba años sin celebrar nada?
  • ¿Qué pesa más: mil asistentes o diez personas profundamente transformadas?

La cultura no es una fábrica, es un ecosistema. Y cada proyecto tiene su propio ritmo, su público, su entorno y su manera de generar valor.

El peligro de las métricas uniformes

Cuando las métricas se aplican sin matices, aparecen varios riesgos:

  1. Estandarización del sentido
    Los proyectos acaban adaptándose a lo que “puntúa” más, no a lo que necesitan sus comunidades.
  2. Desigualdad territorial
    Las organizaciones pequeñas o rurales quedan en desventaja frente a las grandes instituciones urbanas, que pueden generar más números y visibilidad.
  3. Pérdida de diversidad
    Lo diferente, lo experimental, lo arriesgado, queda fuera de las métricas tradicionales.
  4. Reducción de lo cultural a lo económico
    Cuando se comparan proyectos solo por su rentabilidad o volumen de público, se olvida que la cultura también cumple funciones simbólicas, educativas y emocionales.

Hacia una medición más justa y contextual

Comparar no es imposible, pero requiere sensibilidad y contexto.

En lugar de imponer una única escala, conviene trabajar con marcos flexibles que permitan valorar distintos tipos de impacto según el objetivo del proyecto.

Algunas claves:

  • Definir indicadores compartidos, pero interpretarlos de manera contextual (qué significa “éxito” en cada territorio o comunidad).
  • Combinar datos cuantitativos y cualitativos, dando peso a las historias, testimonios y aprendizajes.
  • Fomentar la autoevaluación participativa, donde las comunidades definen qué impacto consideran relevante.
  • Usar comparaciones horizontales, no jerárquicas: aprender unos de otros sin establecer “ganadores” o “perdedores”.

Ejemplo práctico

Imaginemos dos proyectos:

  • Un festival de música rural con 1.500 asistentes que revitaliza la economía local y refuerza el orgullo de pertenencia.
  • Un museo urbano con 80.000 visitantes que genera ingresos y empleo estable.

Ambos son exitosos, pero en dimensiones distintas.

Uno crea valor simbólico y comunitario, el otro valor económico y educativo.

Compararlos con la misma vara sería injusto; complementarlos, en cambio, es enriquecedor.

Conclusión: medir sí, pero con sentido

El debate sobre si los proyectos culturales son comparables no es solo técnico, sino político y ético.

La cultura necesita métricas, sí, pero no para uniformarla, sino para comprender su diversidad.

En definitiva:

  • Los números son importantes, pero no lo dicen todo.
  • La comparación solo tiene sentido si respeta los contextos.
  • Y la evaluación más útil no es la que clasifica, sino la que ayuda a mejorar, dialogar y aprender.

Porque al final, la riqueza de la cultura está precisamente en su diversidad: en que no todos los proyectos son comparables, y eso —lejos de ser un problema— es lo que hace que el ecosistema cultural esté vivo, plural y profundamente humano.

31 de octubre de 2024
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