En el entramado oscuro y vibrante del jazz del siglo XX, Mary Lou Williams (1910–1981) se alza como una figura cuyas huellas revelan con el paso del tiempo una presencia imprescindible. Fue pianista, compositora, arreglista, pero, más aún, fue la maestra generosa que tejió puentes y encendió antorchas en jóvenes prodigios.
Nacida Mary Elfrieda Scruggs en Atlanta, a los 15 años ya acompañaba a figuras de los primeros días del jazz y a los 17 tocaba en la banda de Andy Kirk. Hasta 1942 permaneció como cerebro musical de los Twelve Clouds of Joy, con decenas de arreglos que cautivaron entre otros a Benny Goodman, Earl Hines y Louis Armstrong.
Mientras el mundo ardía en guerra, su casa de Harlem fue, entre 1943 y 1945, una especie de cenáculo donde el bebop se fraguaba desde el corazón mismo de los intercambios entre Mary Lou y sus alumnos. Un salón donde los jóvenes Dizzy Gillespie y Thelonious Monk debatían sobre tempos imposibles y armonías oblicuas, donde Mary Lou escuchaba, les corregía, y los desafiaba. Se dice que fue ella quien introdujo a Thelonious Monk en el arte de los voicings disonantes, quien le enseñó e instó a usar el espacio y el silencio como elemento fundamental del discurso. Un sofá, un piano y una olla con sopa caliente eran los pilares del taller donde Mary Lou Williams formó a algunos de los espíritus más radicales del jazz moderno.
Charlie Parker también pasó por su casa. Bud Powell encontraba refugio allí cuando el racismo y la enfermedad mental lo acechaban. Miles Davis, aún verde, la visitaba en busca de consejos. No les ofrecía postulados ni credos, les mostraba caminos. Su labor era también una estrategia de supervivencia. Los jóvenes del bebop eran rechazados por muchos clubes y la casa de Mary Lou, así como el Minton’s Playhouse, se volvieron refugios e incubadoras sonoras. Donde otros veían ruido, ella reconocía semillas. “Ellos eran los verdaderos innovadores pero necesitaban ser escuchados sin prejuicio. Eso traté de hacer: oírlos con amor”.
Legado, Revolución y Resonancia Espiritual
Lo suyo era un apostolado de lo intangible a través del lenguaje musical, enseñándoles que la música no es una meta, sino un modo de formular preguntas. No firmó los créditos de todas las piezas que arregló o inspiró, pero los músicos sabían que si Mary Lou decía “ahí hay algo”, ahí había algo. No solo les enseñó música: también les enseñó cómo resistir. Les enseñó a no doblegarse ante los agentes, a no perder la ternura y la pasión por el sonido. Ella, que había sido explotada por las discográficas, humillada por promotores blancos y relegada por ser mujer, sabía que enseñar también implicaba hacerles conscientes de lo que deparaba la crispada y opresiva escena.
Más tarde, cuando la furia del bebop dio paso al experimentalismo y a la música sagrada, ella no se apartó. Siguió acompañando a generaciones nuevas, ya como mentora reconocida, como figura reverencial. Quería que cada uno encontrara su lenguaje. A unos los empujó a la abstracción, a otros los reconcilió con el blues. Su huella está por todas partes: en la economía angularmente precisa de Monk, en la incendiaria urgencia de Parker, en la geometría rítmica de Gillespie y en la sombría sensualidad de Powell.
Su radicalidad no fue solo técnica sino existencial: modeló a músicos y animó la pulsión de la herencia cultural. A ella debemos que el jazz no fuera solo pasado, sino futuro. Fue la mujer que enseñó a sus alumnos a romper las reglas para luego escucharlas con nuevos oídos. Mary Lou Williams no apuntaló el jazz: lo enseñó a descubrirse a sí mismo. En su prosa musical, vibrante, clara y limpia, iluminó el camino para que el jazz dejara de ser solo historia y se convirtiera en profecía.
En reverencia a su memoria, la escuchamos mientras escribimos este artículo. Su piano resuena en cada nueva voz que atraviesa el silencio con el valor de romper y volver a tejer. La maestra sigue viva en cada nota que, sin saberlo, la reconoce.
Discografía recomendada
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The Mary Lou Williams Collection, 1927–1953 (Retrieval Records)
Una antología imprescindible. Incluye grabaciones tempranas con Andy Kirk and His Clouds of Joy, donde ya brillaba como arreglista en temas como “Walkin’ and Swingin’”, “Froggy Bottom”, y “Cloudy”. -
Mary Lou Williams: The Lady Who Swings the Band (Jazz Heritage)
Grabaciones raras de las décadas del 30 y del 40. Muestra su influencia en el swing y su temprana ruptura con lo establecido. -
Zodiac Suite (1945, Smithsonian Folkways)
Obra maestra y una de las primeras suites conceptuales del jazz. Cada movimiento representa un signo zodiacal y muestra un salto hacia la modernidad y el lenguaje del bebop. -
Mary Lou Williams Plays in London (1953)
Grabado en Inglaterra, con sonido íntimo y limpio. Prueba de su versatilidad en formato trío. -
A Keyboard History (1955)
Williams recorre 250 años de música para teclado, desde Bach hasta el bebop. Una clase magistral. -
Black Christ of the Andes (1964, Mary Records)
Su obra más ambiciosa y revolucionaria. Jazz litúrgico y político. -
Music for Peace / Mary Lou's Mass (1969)
Un proyecto profundamente espiritual. Música de misa compuesta íntegramente por ella, fusionando jazz, gospel y música sacra. -
Free Spirits (1975, SteepleChase)
Dueto de pianos con Dick Hyman. Williams vuelve a dialogar con la tradición desde la madurez. -
Live at the Keystone Korner (1977)
Grabación en vivo que captura su fuerza escénica, interacción con el público y técnica impecable en formato de piano solo. -
Mary Lou Williams Trio (1978, Folkways)
Último disco en estudio. Minimalista, tierno e iluminado.