A la intemperie también se afina

La profesionalización musical desde el margen

La profesionalización de la música informal: entre la calle y el reconocimiento

En una tarde cualquiera, en una ciudad de América Latina, un joven canta rancheras en el vagón del metro. Más allá, un cuarteto de cuerdas toca Take Five en una esquina. En plazas y mercados, otros cantan su historia como bachatas y boleros, y en los barrios periféricos se improvisan sesiones de hip-hop.

Pero ninguno de estos músicos tiene contrato. No tienen representación legal, ni seguro médico. Cada uno sostiene, a su manera, un ecosistema cultural que resiste desde la informalidad. Son productores de memoria, forjadores de ciudadanía acústica y, sobre todo, trabajadores. Y a pesar de su constante presencia, el músico informal ha sido visto como un accesorio del paisaje urbano, más que como un agente cultural con voz y peso.

Reconocer la profesionalidad existente

No se trata de ajustar al músico informal a los moldes de la música académica, sino de reconocer el oficio con toda su carga simbólica, histórica y comunitaria.

La pregunta no es si los músicos informales están listos para “dar el salto”, sino si el sistema está dispuesto a reconocer la profesionalidad que ya existe en ellos.

Una profesionalidad que no equivale necesariamente a diplomas o estatus, sino a la capacidad de contribuir al bienestar de las personas y las comunidades. Una profesionalidad que es, en sí misma, potencialidad.

Ocho propuestas para transformar la realidad

Veamos algunos ejemplos que ya funcionan en contextos latinoamericanos (y en otras partes del mundo) y que podrían servir de inspiración:

1. Centros de formación popular descentralizados

Inspirados en modelos como las Escuelas de Música de IDARTES en Bogotá o el Sistema Nacional de Fomento Musical en México. Espacios pedagógicos no verticales donde la enseñanza potencie el contexto. Músicos empíricos podrían ser también maestros, compartiendo armonía, producción, historia oral, coros comunitarios y lutería.

2. Escuelas itinerantes y aulas móviles

Un autobús, una carpa o una estación portátil con instrumentos, computadoras y profesores que llegan a los barrios sin infraestructura. Aquí se puede grabar, editar, producir maquetas y recibir clases por módulos. Ejemplos: Musicaliza São Paulo o Batuta en Brasil.

3. Plataformas de acreditación por portafolio

Un sistema digital para subir grabaciones, repertorios y trayectorias, que permitan validar la experiencia y obtener una acreditación oficial. Ejemplo: el Sistema de Certificación de Saberes en Ecuador o la Escuela Nacional de Folklore “José María Arguedas” en Perú.

4. Microcréditos culturales y economía solidaria

Fondos específicos de microcréditos sin intereses, acompañados de tutoría, para grabar, registrar, editar y organizar festivales independientes. Casos como Banco Palmas en Brasil o la Red de Economía Solidaria y Comercio Justo en Colombia muestran que es posible.

5. Registro sindical y protección legal básica

Muchos músicos trabajan en la precariedad. Una figura legal permitiría beneficios como carnet, afiliación a salud y acceso a programas públicos. Ejemplos: Sindicato Único de Trabajadores de la Música del Uruguay (SUDEI) o la cooperativa Smart Ibérica en España.

6. Observatorios de música popular

Centros de análisis y documentación que visibilicen el aporte económico, social y cultural de los músicos informales. Ejemplos: Observatorio de Políticas Culturales en Chile u Observatorio de Industrias Culturales en Buenos Aires.

7. Archivos sonoros de la ciudad informal

Construir fonotecas urbanas que preserven la música hecha en transporte público, mercados o ferias. Ejemplos: el Archivo Sonoro del Ecuador o el Paisaje Sonoro de Medellín.

8. Mentores calle-academia

Encuentros entre músicos formales e informales para aprender mutuamente. Ejemplos: la Red de Escuelas de Música de Medellín o el Festival Internacional de la Décima en Veracruz, México.

Obstáculos estructurales

  • Clasismo musical: se sigue viendo al músico de calle como una versión “menor” de la música real.

  • Falta de representación: el sector informal no vota como colectivo ni tiene lobby, por lo que queda fuera de la agenda pública.

  • Digitalización precaria: plataformas como YouTube, TikTok o Spotify dan visibilidad pero perpetúan la lógica de “mucho trabajo, poca paga”.

Más allá del prejuicio

El músico informal no es un fracasado del sistema, sino muchas veces un sobreviviente de él. Su música recoge tanto la precariedad y la migración forzada, como la sabiduría del oído entrenado y la experiencia vital.

Cada vez que alguien afina en una esquina, reafirma su derecho a existir, a contar su historia y a decir: “Estoy aquí. Y tengo algo que decir”.

Profesionalizar sin homogenizar

Profesionalizar la música informal no debe ser una campaña filantrópica ni un gesto de caridad académica.

No se trata de institucionalizar a la fuerza, ni de borrar colores propios. Profesionalizar significa crear estrategias realistas, justas y dignificantes para quienes ejercen la música como oficio.

Se trata de reconocer competencias, tender puentes entre la calle y las salas de conciertos, y abrir vías de crecimiento sin negar el origen del camino.


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