¿De quién hablamos cuando hablamos de enseñanza musical?

La influencia silenciosa de Nadia Boulanger en la formación de los grandes compositores del siglo XX.

Nadia Boulanger: la maestra que forjó al siglo XX musical

En una época en que la figura del genio individual dominaba la narrativa musical, Nadia Boulanger eligió otro sendero: la del faro invisible que indica el camino a los espíritus musicales propios y ajenos. Nunca pretendió que su voz eclipsara a las demás, pero su sensibilidad, su inteligencia, su carácter y su integridad ayudaron a formar a algunos de los más importantes músicos del siglo XX. Aaron Copland, Astor Piazzolla, Daniel Barenboim, John Eliot Gardiner, Quincy Jones, Philip Glass, Elliott Carter, Leonard Bernstein, Michel Legrand, Dinu Lipatti... Los nombres son muchos, pero el fenómeno reside en una mujer que sin haber compuesto una obra maestra canónica, moldeó la música de todo un siglo.

Pedagogía y ética musical

Boulanger no necesitó firmar una sinfonía ni un par de óperas para cambiar la historia, lo hizo a través de una pedagogía que a su vez era una forma de vida. Enseñaba armonía, contrapunto, análisis, forma, orquestación, etc. Pero también enseñaba ética, escucha interior, precisión y entrega. Sus clases eran un acontecimiento más espiritual que académico. Podía pasar una hora desmenuzando una sola frase musical o detener una clase entera porque alguien cantaba sin intención, sin conciencia de lo que hacía.

Hija del compositor Ernest Boulanger, Nadia nació en París en 1887, estudió con Gabriel Fauré en el Conservatorio de París y obtuvo rápidamente reconocimiento como directora y organista. No obstante, después del fallecimiento de su hermana Lili, también compositora, Nadia dejó casi totalmente la composición para dedicarse a la enseñanza, comprendiendo que su objetivo no radicaba en la creación propia, sino en guiar a otros a descubrir su propia voz como creadores.

En sus clases en la École Normale, el Conservatorio Americano de Fontainebleau o en su apartamento de la rue Ballu en París, pasaron decenas de futuros gigantes que fueron forjados y guiados por su particular manera de comprender sus talentos y sus búsquedas, que ella procuraba guiar hasta su hallazgo, el Copland de “Appalachian Spring” es Copland en estado puro, igual que el Piazzolla de “Adiós Nonino”, o el Philip Glass con sus repeticiones místicas, o el swing exuberante de Quincy Jones. Boulanger abría los portales de la conciencia musical. “Cada alumno debe ser llevado a descubrir su propia verdad, no la mía”, decía.

Muchos de sus alumnos recuerdan cómo los hacía cantar líneas de corales de Bach sin ayuda del piano, cómo los obligaba a escribir una fuga rigurosa sin olvidar la respiración interna de cada voz. Las reglas eran claras, estrictas, casi inflexibles, pero el objetivo no era limitar, sino liberar. Lo técnico, decía, no era un fin en sí mismo, sino el lenguaje de la claridad.

A menudo, les preguntaba a sus alumnos: “¿Qué quiere decir esta música? ¿Por qué este acorde y no otro? ¿Por qué repites esta idea si no le añades nada?”. Boulanger no aceptaba vaguedades. Creía que el compositor debía conocer íntimamente el peso, la función y el propósito de cada nota. Quincy Jones dijo que ella lo hizo llorar muchas veces, pero que sin ella no habría llegado a ser quien fue: esta capacidad de formar identidades musicales auténticas, en lugar de clones estilísticos, es uno de los rasgos más extraordinarios de su pedagogía.

A su exigencia técnica se sumaba una idea casi religiosa de la música como acto de servicio. Para ella, el músico no era un artista que buscaba expresarse, sino un ser humano que debía estar a la altura de lo que la música exigía. Boulanger podía analizar una fuga de Bach de memoria, tocar sin errores una reducción orquestal al piano, identificar cualquier error armónico al vuelo, y hacerlo en francés, inglés o italiano. No concebía una línea melódica que no respirara, un acorde que no dijera algo. Y todo eso lo transmitía a sus alumnos fuerza formadora, como una brújula interior.

Murió en París, en 1979, a los 92 años. Nadia Boulanger fue una de las mentes musicales más brillantes del siglo, pedagoga sin fórmulas ni espectáculos, enseñando desde la disciplina, el amor por el detalle y devoción absoluta a la música.

Un legado que trasciende la composición

En un mundo saturado de voces que quieren ser escuchadas, Nadia Boulanger enseñó a escribir con claridad antes que con estilo, a ser verdadero antes que original; su filosofía solo se puede encarnar a través del estudio riguroso, el amor por la música y la honestidad radical, por eso su legado permanecerá intacto, vibrando en cada nota bien escrita, en cada acorde con intención, en cada músico que entiende que la técnica no es lo contrario de la emoción, sino su vehículo más puro, porque como decía ella: “Si no puedes oírlo antes de escribirlo, estás adivinando.”

Para profundizar:
Monsaingeon, B. (2018). Mademoiselle: Conversaciones con Nadia Boulanger. Acantilado.


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