La música en tiempos de mercado y ruido digital
Por debajo del murmullo del mercado, la música persiste con su belleza vibratoria. Pero ¿cómo se sostiene un colectivo que usa como herramienta principal su fascinante lenguaje?
Vivimos en una época que confunde acceso con gratuidad, visibilidad con valor, viralidad con mérito. Lo que alguna vez fue un ritual colectivo hoy navega como archivo comprimido, materia flotante, audio sin cuerpo. Y sin embargo, allí está la música, cuidándose sola pero acompañándonos mientras que buena parte del mundo del emprendimiento cultural se retuerce ansiosamente con promesas de monetización y modelos de negocio mágicos e inmediatos. Música como mercancía, canciones como chocolatinas de MrBeast, todo sonando durísimo, jugando para la grada y soñando con un cafecito en las grandes ligas de lo suntuoso.
Pero resulta, queridas amigas y amigos, que la música no es un lujo: es un derecho cultural. La Convención de la UNESCO sobre la Diversidad de las Expresiones Culturales lo reconoce: toda persona tiene derecho a participar libremente en la vida cultural de la comunidad. No dice “si puede pagarla”. No dice “si el mercado lo permite.
Acceso, plataformas y el valor de la obra
Pero en la práctica, el acceso a la música se ha vuelto un campo de batalla entre intereses comerciales, plataformas extractivas y comunidades ignoradas. Se habla mucho del “usuario” pero poco del oyente. Se premia al “contenido” pero se olvida la obra. Acceder a la música debería ser como el acceso al agua potable: sin obstáculos, pero con conciencia. Como en teoría todo calza y lo anterior suena precioso (como todo lo dispuesto a partir del mundo de las palabras) es momento de introducir la idea fundamental de este artículo: responsabilidad.
El emprendedor responsable no solo piensa en ingresos, piensa en cómo su práctica afecta el ecosistema musical más allá de su nicho. Se pregunta: ¿estoy construyendo o extrayendo? ¿Estoy cuidando o colonizando? ¿Hasta qué punto y en nombre del “bien” estoy encarnando todas las contradicciones posibles? Exactamente lo mismo sucede en el emprendimiento musical
Responsabilidad cultural y prácticas conscientes
La responsabilidad cultural implica reconocer los valores invisibles: no es lo mismo usar una cumbia como fondo en un reel que entender su historia, sus dolores, su por qué, y no es lo mismo distribuir un catálogo de músicas tradicionales que crear espacios para que esas comunidades hablen por sí mismas. Hoy se puede hacer música preciosa con una laptop e invisibilizarnos entre millones de lanzamientos. La accesibilidad tecnológica no garantiza la equidad simbólica. Y volvamos: las plataformas digitales se rigen por una lógica de extracción y acumulación, ante eso, los emprendedores responsables necesitan estrategias, pero también conciencia. Necesita saber que cada click, cada colaboración y cada licencia pueden ser una oportunidad para dignificar o para trivializar.
Vivir de la música no significa solo vender beats, canciones o tocar en vivo. Por cierto, olvidémonos del pelotazo de crear el curso de tus sueños que resolverá TODOS los problemas del artista y sus vecinos y que venderemos como arroz por Instagram. Y aunque lo agorero asfixie tanto como las opresiones sistemáticas, sigue habiendo formas responsables de generar ingresos en torno a la música, veamos algunos ejemplos.
Formas responsables de vivir de la música
Diseñar experiencias musicales para otros (festivales, playlists, programas de radio) desde una mirada crítica y sensible. Hacer talleres y residencias de escucha profunda: encuentros donde se presentan músicas con contexto, cuidado y discusión. La curaduría y la mediación cultural son tribuna y sustrato para que la música, el teatro, el cine o la poesía se lleven a cabo en condiciones dignas, mediante objetivos sensatos y realistas.
Producir para otros artistas a través de metodologías propias desde tu identidad: enseñar joropo, trap, bajo eléctrico o diseño sonoro desde tu perspectiva cultural, ofreciendo cursos presenciales y virtuales de técnicas específicas (software, forma y estructura, producción casera, teoría musical desde lo popular) junto a servicios de mezcla y mastering sin presets automáticos ni estandarizaciones forzadas. El conocimiento técnico bien usado es una herramienta poderosa y solidaria, no es solo un acto social: es una forma profunda de profesionalización.
Dar clases y talleres online o presenciales. No necesitas ser maestro de conservatorio: si tienes saberes populares o técnicos, puedes compartirlos. Eso sí: “procurar ser el mejor” empieza por preparar bien las clases e impartirlas con paciencia y renunciación, no saltar al 2 cuando el 1 tambalea, no contemplar el 4 cuando el 3 está crudo y no atender al 5 si hay alguna duda sobre de qué se trata, ser absolutamente serio con los tiempos (tanto musicales como horarios) y si es posible no confundir disciplina con violencia.
Pero si aplicamos la idea de responsabilidad cultural con el mismo ahínco con el que abogamos y reclamamos derechos, estas alternativas se amplifican sustancialmente porque el sistema empuja a competir, pero la música florece en comunidad.
Ética, comunidad y libertad artística
Formar alianzas con otros músicos, artistas y agentes culturales permite resistir sin aislarse, creando valor colectivo.
Jamás pedir favores en nombre de la “exposición”. Si pagásemos los frijoles con exposición no nos rebanaríamos tanto los sesos pensando en que la mejor opción para hoy martes en la tarde no es utilizar la energía para un bien común y si pagásemos la renta con favores, este artículo, con toda seguridad, no estaría siendo escrito.
Sostener la disidencia estética también es una forma de ética. Hay músicas que no nacieron para ser virales y eso es hermoso. No le imprimas toda la carga de tu destino a la música que haces y prepárate para otras cosas dentro y fuera del ámbito. Muchos jóvenes sienten que deben adaptarse a las tendencias para ser escuchados, pero lo ético también es estético: haz la música que verdaderamente resuena contigo aunque no “pegue” y cuidado, muchísimo cuidado, porque no todo tiene que ser tratado y abordado como contenido. Está bien no estar en TikTok. Está bien no convertir cada canción en un reel. Está bien no publicar fotografías de todo lo que cocinamos o de cualquier parque que visitemos. Lo mismo pasa con nuestras creaciones.
Estos ejemplos, hoy día omnipresentes cada vez que nos asomamos a las redes sociales, nos evidencian que muchas veces actuamos como si estuviésemos construyendo una base de consumidores al más puro estilo de marketing voraz, en lugar de tener la conciencia de construir una audiencia. Y una audiencia no es una masa de “seguidores”, es una comunidad que te escucha, te sostiene y te cuestiona. Profesionalizarse es también aprender a construir y cuidar ese vínculo, involucrando a tu comunidad, invitando a otros a formar parte de tus procesos, desde los arreglos, la instrumentación y la gráfica hasta la toma de decisiones. Y dale tiempo al silencio: escuchar (el silencio) también es profesionalizarse. No todo el tiempo hay que estar creando ni publicando. A veces importa más la temporal sensación de alivio ante un pequeño logro estético. A veces es el silencio respetuoso que sigue a una obra lo verdaderamente gozoso. Está bien cuidar tu obra y sus tiempos.
Emprender en música responsablemente no es una utopía ingenua ni un crimen desorganizado. Es una necesidad urgente. En un mundo que convierte todo en capital, hay que insistir en el valor de lo que no se puede medir. Por ejemplo: la música, como el agua, como la palabra, como el color o como la tierra, no se nos han dado para que las poseamos. Nos ha sido dada para que la utilicemos con cuidado, la escuchemos, la enaltezcamos y la transmitamos sin mutilaciones. ¿Quién es el dueño del rojo? ¿Dónde consigo el título de propiedad de un Fa? ¿A quiénes pertenecen las vocales? Me gustaría llevarme a mi casa un nueve. Se me acabó el agua pero no hay problema: puedo salir a comprarla sin pensar si hay tienda en la zona o si son las tres de la madrugada. Así no es.
Si no podemos imaginar una forma de vivir de la música sin destruirla, entonces no hemos entendido bien qué es lo que realmente obtenemos de ella ni lo que nos genera, como quien no entiende la diferencia entre prevención y reacción. Pero ¿cómo podríamos hacer esto viable si no nos preparamos? Las únicas herramientas que realmente nos permitirán llevar a cabo con respeto, consistencia y fluida solidez algunos de estos puntos son el compromiso con el estudio y la formación constante, la creación y el cuidado de vínculos honestos, conciencia crítica y por encima de todo esto, el respeto a los seres humanos involucrados en los procesos. Porque la música, como la vida, necesita más que talento: necesita cuidado en forma de presencia, tiempo y energía. Cada una de estas rutas puede ser no solo una forma de ingreso, sino una expansión de tu identidad artística. Cuanto más diversos sean tus modos de habitar la música, más libre serás dentro de ella. En el fondo, la responsabilidad musical es un gesto simple: es mirar hacia atrás con gratitud, hacia los lados con equidad, y hacia adelante con imaginación. Solo hay que aprender a escuchar qué pide.